Lo esencial... se hace visible a los golpes

El minimalismo, en esencia, se puso frente a mí como la única manera de no desesperarme.

Cuando me vi frente a una vida totalmente incierta, con la duda rodeando por todos lados, no pude hacer más que darme cuenta de que llevaba así casi toda mi vida sin entender o pretender entender qué era lo que realmente importaba. Eso me llevó a tener que enfrentarme a una vida de satisfacciones ajenas y de ser condescendiente por el mero hecho de no quererme enfrentar al dar explicaciones o deberle nada a nadie.

Me debía una vida a mí mismo. Viví toda mi adolescencia, y parte de mi juventud, negándome a entender las profundidades del ser, pero me encantaba hundir mis narices en los ríos de tinta que otras personas le dedicaban al excelente placer del autodescubrimiento. El γνωθι σεαυτόν te invita a conocerte a vos mismo, pero no te dice nada de lo que te puede pasar si lo haces y te aventuras a ese mundo. 

Empecé, decidido a entenderme, a emplear de manera performativa el minimalismo, asegurándome a mí mismo que desde la aplicación de una filosofía, desde el deshacerme de cosas y objetos tangibles, podría entenderla. Realmente me había nutrido de muchísimo al respecto: documentales, descripciones, blogs, podcasts, pero hay algo de lo que todo el mundo hablaba y no terminaba de entender, que creí que podría hacerlo desde esa práctica. Me faltaba pragmática, me faltaba la calle. Tenía la capacidad de desapegarme de objetos, pero no de ideas, no de mí mismo. Tendría que conocerme, enfrentarme, apegarme, desapegarme, y volver entero de todo eso. 

Era muy mimado ante la existencia como para poder decir que era un minimalista. Deshacerme de mi ropero donando las mejores prendas que tenía, fue un paso para ayudar a otras personas que podían necesitar de eso que yo no usaba. Despojarme de libros, baratijas que coleccionaba "por si un día me servían", hasta de apuntes de la universidad o de regalos que no recordaba quién me dio ni porqué, era sencillo. Tenía que dejarme ir a mí mismo para que lo que realmente era yo volviese. Ese paso costó demasiado.

En definitiva, me vi inmerso en una oscuridad de la que se salía solamente en cuotas de sí. El minimalismo, en esencia, se puso frente a mí como la única manera de no desesperarme cuando vi que nada de lo que tenía configurado como el resto de mi vida era realmente para toda mi vida. Con 25 años, fallecimientos encima, un mundo atestado de coronavirus, nada era certero ni era predeterminado. Solamente lo esencial me podría salvar de ese caos.

Retomé el minimalismo de la mejor manera que pude, me enfrenté a mí mismo y me dejé en pedazos, me enfrenté a mis colecciones de excusas y dejé solamente lo que no lo fuera. Estoy seguro de que siendo leal a mis emociones, muchas cosas negativas pueden venirse encima, pero no le tengo miedo. Pretendo entender lo esencial de la vida, lo esencial de la muerte, lo esencial de la pérdida, y lo esencial de la permanencia. Ser minimalista no es dejar 33 (treinta y tres) objetos como únicos recursos ante tu vida, es tener tus prioridades establecidas, tener tu mente centrada en lo esencial, priorizar la salud como realmente importa y organizar tu mente en función de tus objetivos y necesidades, no en función de la satisfacción de necesidades ajenas... que, dejame decirte, no está tan bueno como nos hacen creer.

El minimalismo es una aventura, caminemos. Que solo caminando se hace camino.

        

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