Lo que el minimalismo me dio

 Es común para muchas personas hacer una especie de balance, donde las cosas que quiere decidir o defender tienen que ver con lo que se proponen de primera mano. A ver, explico más en detalle esto. 

Cuando queremos decidirnos por una actividad, una acción, un hecho, una costumbre, o una persona con quien nos queremos involucrar, hacemos balances. Vemos lo que aquello nos puede quitar, nos puede dar, nos puede enseñar (aunque, a decir verdad, estas listas nunca se cumplen). 

Entonces, sumamos expectativas y elementos a la lista. Pensamos en cómo queremos que sea algo y ponemos todo de nuestro poder para que eso se cumpla de la manera más precisa posible, aunque no podemos controlarlo todo. 

Esto mismo me pasó cuando empecé con el minimalismo de manera ingenua y novata. Realmente no pensaba en que fuera a darme las respuestas que no buscaba pero que necesitaba, solamente quería ajustar mi estilo de vida de manera acorde a mis pensamientos. Pero ni siquiera algo tan simple, como un balance de qué me podría dar este prisma con que veía el mundo, se cumplió.

El minimalismo puso en jaque costumbres, hábitos, consumos, excusas, y mi voz ante mí mismo. Me pude dar cuenta rápido de que necesitaba ponerme a mí mismo en perspectiva ante mi historia de vida para poder entender el cambio al que me estaba enfrentando, no era poca cosa.

Décadas de consumismo, de consumismo infertil que no traería nada nuevo ni renovador en consecuencia. Pensar que quería algo y que si podía costearlo, nada podía impedirme adquirirlo. Era algo bastante infantil si lo pienso con distancia, pero era lo que me enseñaba mi propio consumo, lo normalicé porque lo que consumía era algo que normalizaba el consumo que hacía.

Estamos frente a una rueda, que se alimenta a sí misma demasiadas veces por segundo como para darnos cuenta. Los discursos de todos los medios de comunicación nos gritan que consumamos más, que consumemos gastos y renovaciones que son innecesarias. Y esto lo tenía presente de lecturas del sociólogo Bauman, pero no me cuestionaba a mí mismo. Claro, tenía la teoría, seguro lo hacía todo bien...

Nada más erróneo que pensar eso. Después de todo, somos los discursos que defendemos, y yo defendí muchísimos años que el consumo no genera consecuencias. Pero el minimalismo me dio, a fin de cuentas, perspectiva, distancia, desapego y valor. La perspectiva de entender qué aspectos de mi consumo diario eran innecesarios y cuáles eran suficientemente esenciales para darle valor a mi vida; la distancia me permitía verme con y sin aquello que cuestiono, y entender cuánto valía realmente aquello; sin el desapego me excusaba con el "puedo necesitar conservar esto en un futuro, no se sabe", ahora es sencillo, presenciar lo inmediato; y nada de esto sirve si no se tiene el valor para actuar. Actuar en consecuencia de lo que se pretende, de lo que se quiere, de lo que realmente se necesita.



El minimalismo nos desnuda, pero nos anima a vestirnos tanto como realmente sea necesario. Nos priva de excesos que no nos aporta. El minimalismo no es la respuesta, pero es el medio para emprender un camino distinto, distante, pero justo.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Ponerse límites no es limitarse

Lo que el minimalismo me quitó